Buenas noches. Hoy, después de algún tiempo sin hablar de esto, voy a iniciar de nuevo una “temporada” de esta serie de artículos dedicados de manera exclusiva a la música clásica. Las horas que ahora mismo corren, creo, son un momento bastante propicio para escuchar este tipo de música, algunos para relajarnos, otros simplemente para disfrutar del buen sonido de un piano y de unos acordes bien organizados con secuencias bien escritas, otros, en cambio, como utilizan muchos, para irse a la cama a dormir. Por mi parte, la mejor intención es la de hacer que la gente disfrute y escuche obras que no suelen ser demasiado escuchadas entre los oyentes de todo el mundo, ya que la música clásica, en general, cada vez se escucha menos, cada vez hay menos conciertos y cada vez hay menos músicos buenos.
Para reabrir esta sección, que seguirá abierta durante un buen tiempo (tengo obras anotadas para todas las semanas durante tres o cuatro meses), he seleccionado una de mis piezas favoritas de piano, muy difícil, por cierto, pero con un efecto impresionante en el oído, en el corazón de algunos. Se trata de la composición para piano titulada Jeux d’eau, juegos de agua, del compositor francés Maurice Ravel, impresionista, uno de los más importantes de principios del siglo XX.
Reconocido generalmente por el Bolero, una obra con una estructura similar en toda su forma, que va aumentando la intensidad hasta culminar en un fortísimo con tambores, el compositor francés marca en sus obras un conjunto de sensaciones que el oyente llega a percibir con la simple combinación de sonidos, sucesivos, perfectos. La obra que vamos a escuchar esta noche simboliza perfectamente el agua en perpetuo movimiento, como si alguien estuviese tirando piedras, agitando las manos mientras se dedica a sí mismo un baño de verano, provocando así que las ondas vayan y vengan de un lado a otro. Esto lo consigue utilizando permanentes arpegios, usando una melodía que sube y baja continua y constantemente, con un sonido fino, fortes inesperados y pianísimos repentinos que, al contrastar y hacer vibrar las cuerdas del arpa, emiten una sensación que pocos compositores logran hacer.
Esta pieza es una de mis preferidas del compositor francés, y esto, sumado a la fabulosa forma de interpretar de la pianista, es un dualismo perfecto para terminar el día. La pianista, digo, es Martha Argerich, una argentina con un talento sorprendente, con el gran Premio de Piano Frédéric Chopin en el bolsillo, gracias a sus interpretaciones de Liszt y Chopin (ya veremos ejemplos de obras de éstos). Ha obtenido tres premios Grammy en 2000, en 2005 y en 2006. En fin, una eminencia pianística con una técnica refinada y cuidada.
En fin, una vez hablado de la pianista y de la obra, lo que toca ahora es escucharla, así que les voy a dejar que vean la fabulosa interpretación, y que cada uno juzgue y opine por su cuenta. Volveremos a hablar de música clásica dentro de una semana, cada sábado en este blog, y a partir de ahora durante varios meses. Espero que les guste.
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Ayer pude asistir en Avila a un concierto de Antonio Berbaldo de Quirós, de 12 años, en el que interpretaba esta obra. Berdaderamente sorprendente la interpretación, perfecta, anoten bien su nonbre, no creo equivicarme si les digo que dentro de muy poco será reconocido como uno de nuestros más insignes pianistas.
También interpretó obras de Mozart, Chopin y Bach.